Nuestros
tabús sociales nos indican que deberíamos de cambiar un montón de aspectos de
nuestra vida que para otras culturas son completamente normales e incluso no se
plantean.
El
traqueteo del tren se vio interrumpido por un brusco parón. Los altavoces anunciaron
lo que muchos se preguntaban, al parecer un problema retrasaría el viaje. Lucía
resopla y se echa bruscamente atrás sobre su asiento. Un retraso en el tren
significa entre otras cosas que el helado que lleva en la bolsa se estropeará,
ya veía los goterones de vainilla y
chocolate en la caja. Esperaría aún un poco, con suerte el problema se
solucionaría antes de tiempo.
El
mendigo que segundos antes lloraba sobre la mala suerte que tenía en la vida y
medio cantaba sus problemas, se sienta en uno de los asientos libres y espera
como todos que se solucione pronto.
Un
niño llora, a su lado un hombre pone mala cara pero el niño al rato se queda
quieto y ante las caricias de su madre guarda silencio, a nadie le gusta estar
encerrado un tiempo indeterminado en el tren.
Álex
mira a Lucía, una, dos y hasta tres veces fija su vista en ella antes de
alejarla.
-¿Estás
pensando en el helado eh?
Ella
tuerce el gesto y gira la cabeza ¡pues claro que estaba pensando en él! También
pensaba en la casa vacía, y en las pocas oportunidades que tenían de tenerla
así. Sus padres y hermanos se habían ido de fin de semana y ellos se
encontraban encerrados en un tren sin vuelta atrás. Podían tener coche pero no…
Iban y venían en el tren, el único transporte que se podían permitir con lo que
tenían. Generación perdida. Así es como se consideraba ella, y él aunque no lo
dijera.
-Anda
no le des más vueltas. –Sonríe poniendo su mano sobre la de la chica. Ella
tiene un pequeño escalofrío pero no la quita y hace amago de sonreír.
Se
recoge la mata de pelo morena con una goma azul y le indica a él si quiere
hacer lo mismo, quien niega con la cabeza, le gusta llevar su pelo al viento.
El
niño vuelve a llorar, esta vez con más insistencia y en un tono más irritante.
Una chica vestida a la moda a su lado, que lleva un rato tecleando sin parar su
móvil táctil de ultimísima generación pega un berrido a la madre indicándole
que le haga parar de una vez a lo que el niño responde con más llantos y la
madre con una discusión que crea sino más calor en el vagón.
Lucía
se sacude la camisa que empieza a chorrear sudor y saca uno de los helados de
la caja ofreciéndoselo al niño, la madre agradece con un movimiento de cabeza y
el pequeño con la cara cubierta de chocolate y una amplia sonrisa llena de
dientes dice algo parecido a “Gachas”.
El
cuasi silencio vuelve a hacer su presencia en el lugar. Álex coge la caja de
helados y cuando va a sacar uno para él, empieza a masticar lo que le reconcome
desde hace demasiados días. ¿Debería de decirle a Lucía lo que pasa? ¿Es el
momento idóneo? ¿Cómo se lo tomará ella? Todas esas y más cuestiones se le
aparecen en la cabeza. Ella siempre ha sido demasiado sentimental, algo que le
gustó cuando se conocieron, pero que ahora con casi cinco años a sus espaldas
le resultaba agotador.
Respira
hondo, coge aire e hincha sus pulmones hasta encontrarse lo suficientemente
relajado como para explicar lo que quiere. Mientras desenvuelve el papel de su
helado y lo echa en una de las papeleras que hay al lado de los asientos lo
suelta
-El otro día fui al médico, me han dado las pruebas, al parecer tengo cáncer.
Cáncer.
La
palabra fue una especie de mazazo para Lucía, quien temblando siguió comiendo
el helado al que llevaba un rato quitando el papel para poder comerse.
-Cáncer.
Repite
la palabra en voz alta para hacerse con el sonido de la misma y poder
asimilarla. Sabe que no es una broma, pero el silencio en el tren hacía
parecer que sí.
-Cáncer.
Álex
le coge por el mentón y le mira atentamente a los ojos. Sus preciosos ojos
castaños están perdidos en la desesperación y allí se juntan las lágrimas
apelotonadas clamando por salir. Él lo ve, pero ella lo siente, siente el escozor,
siente el dolor y la pena de quien no cree lo que está sucediendo.
-¿Cómo
que cáncer? No puede ser, no… Claro que no… No puede ser. ¿Cuándo ha sido?
¿Desde cuándo lo sabes? ¿Qué se puede hacer?
El
helado cae, destino esperado por el mismo, que desparramado empieza a manchar
más de lo que incluso está el suelo. Álex lo recoge y lo tira junto con el
envoltorio a la papelera del tren. Muchos de los presentes comienzan a lanzar
pequeñas miradas hacia la pareja, quien llama la atención de los mismos en el
silencioso vagón que va hacia ninguna parte.
-Me
lo dijo el médico ayer, -miente, lo sabe desde hace tres días pero es tan fácil
decírselo a ella. Recordaba la vez que suspendió el examen de conducir. Estuvo
tres semanas llorando sin parar y apenas pudo preparar el siguiente sin pensar
en el fracaso anterior. Una chica llena de sentimientos o demasiado llorona
como solían decir sus colegas cuando llevaban unas cuantas copas de más encima.
-¿Y?
–Pregunta ella arqueando las cejas en modo de súplica, lo que de verdad hubiese
querido decirle eras “¿Cuándo tenías pensado decírmelo?”, pero no era momento
de quejarse, ni de discutir. Quería saber cómo estaba él, quería saber si
aquello tenía cura… claro que la tenía, era cáncer, el cáncer de ahora no era
como el de hace unos años, en diez años la gente diría “Papá tengo cáncer” y su
padre se reiría diciendo que no pusiera excusas para faltar a clase mientras se
reía. Sí, el cáncer ahora se curaba.
-Pues…
-Álex medita, no es que quisiera posponer la pregunta, pero le cuesta bastante
explicar lo que ocurría, lame un poco su helado y siente el frescor de la
crema en sus papilas gustativas en contraste del odioso calor que inunda la
estancia. –Es un tumor maligno en la cabeza. Es maligno, eso quiere decir malo,
y en la cabeza, que quiere decir peor.
Haciéndose
daño pero sin apenas notarlo Lucía retuerce el plástico de sus bolsas con las
manos.
-Eres
joven, -dice animándose ella misma. –Puede curarse.
-Sí-
Álex volvió a mentir.
No sería la última vez.