sábado, 9 de junio de 2012
Si estás en mente existes
-Sé que
quieres escuchar la historia aunque yo no quiera contarla. Es algo que aunque
evite terminará por pasar, no me dejarás hasta que tu ansia por conocer la
verdad se tranquilice. No te culpo, es algo que a mí también me sucede, no te
parece raro ¿verdad?
La chica se
llevó la mano a la frente y bajó la cabeza mientras cerraba los ojos, tenía la
sensación de mareo en el estómago, una arcada luchaba por salir y sin embargo
se mantenía serena, dominaba la situación, siempre lo hacía y más con él.
-Cuando era
joven,-hizo una pausa- bueno, cuando era más joven. Tenia un libro, más bien
era una saga, como las de fantasía que se están poniendo de moda ahora, pero
creo que la que yo leía era mejor, simplemente porque me gustaba más, tampoco
quiero entrar a discutir eso. La habitación estaba cerrada, era un pequeño
cuartucho lleno de polvo, libros apilados por las esquinas, una mesa de madera
recauchutada y una silla cuya espuma para sentarse había vivido mejores
tiempos.
-Mi saga era
la única vía de escape a mi mundo real, cada vez que tenía un problema, abría
uno de los libros y devoraba su contenido como si el mundo se acabara si no lo
hacía, era como un drogadicto que sabía que conseguirá más droga cuando termine
con esa, que el mundo seguirá girando si tiene billetes en el bolsillo.
Se acercó a la
silla vieja y se sentó, aún le temblaban las piernas, su interlocutor no pudo
saber si era de miedo, de emoción o de rabia.
-De pronto me
di cuenta de que algo iba mal, muchos dirían que mi droga era mucho menos
dañina que las sustancias a las que otros estaban enganchados de por vida, pero
se equivocaban, la mía tenía una fecha límite y mi cuerpo, con el mono ya en él
sabía que si dejaba de tomársela tendría problemas, pues nunca volvería a
encontrarla en la vida. Era como cuando conoces a la persona perfecta, da igual
lo que digan los demás sobre otras personas o sobre ella misma, tú sabes que no
hay nadie más perfecto. –paró un instante. - Estoy dando demasiados ejemplos
¿verdad?
-Al final lo
comprendí, cuando llegara al final mis motivos para sonreír se acabaría, nadie
me salvaría cuando la tía María se muriera, o el vecino muriera por un
accidente de tráfico, a partir de aquel momento yo sería el dueño de mi propia
vida y ningún mundo fantástico podría alejarme de ella.
Volvió a
levantarse, no podía mantenerse quieta en el sitio, notaba como se le
humedecían las palmas de las manos y lo maldecía, aquel era un signo más de que
lo que estaba viviendo no era un sueño o una alucinación.
Encima de la
mesa había una lata de refresco, su contenido se había calentado y sin embargo
echó mano de la misma y bebió un trago largo, la lengua se le había quedado
reseca, lo mínimo era notar un poco de líquido aunque caliente en la boca para
poder seguir hablando.
-Así que
abandoné mi lectura, la dejé en un rincón de mi estantería y traté de pensar en
lo que hacer a continuación. ¿Buscar una droga nueva? No, no, no. -Dijo con
cierto tonillo alegre, como si fuera un niño que repite la lección que le
acaban de dar. -Como ya te he dicho, existía la pareja perfecta y nunca iba a
encontrar otra igual, así que decidí crear una yo. Decidí que a partir de
entonces yo crearía mi mundo que me hiciera feliz.
Sus labios se
contrajeron en una leve sonrisa que ni ella misma quiso formar, volvió a sentir
la arcada y cambió de nuevo la expresión del rostro.
-Creé muchas
historias y mundos, miles de sueños de una infeliz que no hallaba consuelo en
el día a día, ninguna de ellas me llenaban, pero me empezaron a trastocar de
nuevo la realidad.
Volvió a beber
de la lata, el sabor a óxido se le pegó a la nariz, apenas quedaba ya líquido y
sabía que no iba a ayudar a sus mareos.
-Tras muchas
divagaciones y cambios, pude dar a luz al personaje que todo el mundo amó en
aquel instante, un estúpido cuarentón pringado que era querido por todos, un
tipo completamente distinto a mí pero con demasiadas similitudes.
Dejó el
refresco a un lado y se llevó la mano al estómago, sentía miedo al intentar
recordar lo que le habían dicho. Consiguió calmarse y continuó, el espectáculo
siempre tenía que continuar, era una frase que decían en multitud de películas.
-¿Sabes?
Llegué a pensar en él como si de una persona real se tratase. Pero la
enfermedad llegó, no fue tan rápida como el accidente de mi vecino, el
atropello del perro o el infarto de mi abuela. Vino sigilosa, abriéndose paso
ante mí, devorándome en el interior… cuando la descubrieron ya no tuve tiempo
para mi pringado y le abandoné, como a mi saga que me hacía sonreír.
Con mucho
mimo, se acercó al hombre que tenía ante ella, un desarrapado de unos cuarenta
años, ojeroso y con aire despistado. Le acarició en la mejilla con los dedos
durante un instante sólo para sentir el tacto de su piel y comprobar que era
tan real como parecía.
-Pero ahora
estás aquí, suplicándome con tus grandes ojos castaños lagrimosos que te
continúe.
-¿No te
asustas? -Preguntó él sereno, con la voz agradable que la mujer cuando era
joven siempre se había imaginado.
-Claro que no,
no eres especial, muchos autores se han encontrado con sus creaciones en algún
momento u otro y éstas entre lágrimas han preguntado por su existencia, se
llama "romper la cuarta pared", hasta donde yo sé, hasta un cómic
llegué a leer al respecto sobre ello. Al fin y al cabo, -dijo llevándose un
dedo a la sien y dándose pequeños golpecitos a ésta, -todo está en nuestra
cabeza, no eres más falso que lo que comí ayer o que mis recuerdos de niña,
ninguna de esas cosas podemos describirlas con detalle pues no somos máquinas y
sólo nos quedan pequeños bosquejos de los mismos. Tú también estás en mi memoria
y eres tan real y difuso como ello. No tengo que asustarme por eso. Ni si
quiera eres original.
-¿Me ayudarás
entonces? -Su mirada era limpia, sus palabras sinceras, era bien sabido por
ella.
-La verdad
conoces y esa verdad es que mientras vivas en la mente, en mi mente en este
caso, seguirás con vida, nunca desaparecerás pues al igual que los recuerdos
permanecerás como algo real. Sin embargo has descubierto que en poco tiempo
pereceré y que si no te termino y te distribuyo acabarás olvidado, también como
algo real.
El hombre
agachó la cabeza y contuvo las lágrimas, se esforzó mucho para llegar allí y no
fue más que en vano.
-No sé hacer
personajes masculinos, siempre me salen afeminados, como tú. Tristes y
desolados, como yo. - Le cogió del mentón y le hizo mirarle a los ojos. -He de
decirte pues que no pienso continuar, no quiero seguir con tu historia. Mi
tiempo se acaba, la enfermedad roe mi cuerpo y pocos son los días que me quedan
antes de que las trompetas anuncien mi retirada.
Lágrimas de
desesperación silenciosas empezaron a correr por las mejillas del hombre, la
chica tenía razón, era demasiado sensible. Las contuvo y se secó con el dorso
del brazo. Iba a aguantar el resto, tendría que escuchar hasta la última
palabra que ella dijera.
-No sólo dejé
de escribir porque tenía que luchar contra mi enfermedad, me di cuenta de que
si mi historia continuaba todos la recordarían y tú, ser inexistente, te
quedarías para siempre en la mente de cada uno de ellos mientras yo me pudría
sin dejar rastro. Prefiero esto, obra y creador unidos de nuevo para
desaparecer juntos en un último adiós a un público inexistente.
Ambos se
dieron la mano, la habitación parecía mucho más grande, más amplia, como llena
de una luz y un calor distintos a los que había hasta el momento.
-Sé que soy
una egoísta, no me juzgues. Supongo que para los dos es el fin. Ya te lo
advertí, no quería contar esta historia.
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